¿Dónde está el límite?

sábado, 24 de noviembre de 2012

Me gustaría estrenar este blog con una de las historias más bonitas que he podido contemplar, además, si llegas a conocer, aunque sea por unos días, a esa persona y te das cuenta que es un magnífico ser humano con el cual aún puedo mantener contacto vía Facebook, hace que aún sea más especial.

Esta historia pude descubrirla en el Camino de Santiago durante el año 2010. Habían transcurrido varios días caminando y mis pies estaban absolutamente doloridos. Mientras caminaba, con el cuerpo caliente, podía soportar el dolor, pero una vez que paraba, el dar un sólo paso se hacía insufrible. Pese a todo, los días pasaban y me acercaba un poco más a Santiago de Compostela. A todo esto, iba conociendo cada día a más personas, una de ellas, la persona a la que va dedicada esta entrada.


Llegando a O Cebreiro tras siete horas de camino ese día y con 30 Km. en las piernas, me acerqué a comer a uno de los bares de este magnífico pueblo. A la salida de él, con el cuerpo totalmente frío, comenzó la tortura de vuelta hacia el albergue. Sin embargo, acercándome a él, estaban dos compañeros de Camino que incluso se tomaron la molestia de aplaudirme, lo cual hizo que aquel dolor se transformara en sonrisa. 

Pues bien, uno de esos dos compañeros se llamaba Raúl, en apariencia tan normal como cualquier caminante. Hablando con él ese día y al siguiente, me comentaba lo mucho que le costó subir el puerto de O Cebreiro y como una peregrina de nacionalidad italiana le ayudó a superar tal escollo. Si no fuera por lo que me contó un día más tarde, hubiera sido una historia más de cualquier peregrino sufriendo las rampas de este complicado tramo del Camino.

Volviendo a recordar aquel día, ya decidió mostrarme el porqué de su dificultad. En su pecho figuraba la cicatriz dejada por una operación de aneurisma de aorta e implantación de válvula, así como otra más pequeña para la colocación de un marcapasos. En aquel momento pensé que todo el dolor que mi cuerpo había cargado hasta ese día era tan liviano como una pluma y me di cuenta que, normalmente, la dureza de este itinerario puede ser salvado mientras así lo anheles y tus fuerzas no te abandonen.

Unos días más tarde, esta persona y yo pudimos contemplar la Catedral de Santiago y así obtener nuestra Compostela, en la cual, aunque no esté escrito físicamente, siempre residirá el nombre de este gran peregrino, compañero y ser humano: Raúl.

1 comentarios:

Unknown dijo...

¡Qué suave! Bonitas historia la que te chutaste. Definitivo, creo que este blog me va a gustar. ¡Tu muy bien!