Cicatrices del pasado

sábado, 1 de diciembre de 2012

Raquel es una empleada de una entidad bancaria de la población de San Juan del Puerto, provincia de Huelva. En apenas unos minutos en la oficina en la que trabaja uno observa su ajetreada forma de trabajar: conversa con un cliente desde su silla, se levanta, se acerca al cajero, asesora a su cliente, ávidamente se acerca de nuevo a su mostrador, hojea los distintos impresos, selecciona el adecuado, se acerca de nuevo con el cliente, le resuelve rápidamente su consulta, vuelve a su puesto, se sienta, una vez más, se levanta..

La oficina poco a poco se va despejando de clientes, pero un hecho me llama la atención. Un señor, con una edad cercana a la octena de años, permanece sentado en uno de los asientos mientras aguarda su turno. La cola va avanzando y apenas un cliente más se interpone en el momento en el que le toque ser atendido. Sin embargo, ve como la empleada de la sucursal bancaria, una vez más, se levanta con un ritmo frenético, casi corriendo, con sus elevados zapatos de tacón, hacia un mueble separado apenas a tres metros de su asiento, a lo que el señor, que tan pacientemente había observado cómo circulaban los clientes que se apostaban delante de él, le comenta en un tono un tanto pausado:

No corras tanto, que vas siempre corriendo a todos lados.

Habrá que moverse, que, si no, el cuerpo tantas horas aquí parado... —le responde Raquel agradablemente al señor, al cual parecía conocer, dándole a entender lo poco saludable que resultaría para su cuerpo actuar de diferente manera.

El hombre rápidamente le devuelve la respuesta:

¡OJÚ!

Entonces, el silencio se apodera de la oficina mientras el rostro del señor languidece y, lentamente, agacha la cabeza sumido en sus pensamientos, en los que quizá recordara la vitalidad perdida de la que gozó en el pasado.

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